Buenos días mamá. Y recién salido del útero
le dije por segunda vez… Mama, Bon día.
Hostias tu hijo ya habla, tu hijo ya conoce las buenas formas, un gentleman muy arrugado, que también parla algo de catalá. Con una dicción
increíble, una fonética exquisita. Recalcando la “X” de exquisita, como algo
prohibido de lo bien dicho que estaba. Mi progenitora pensaba, ¿De dónde coño
ha sacado ese puto buen hacer? ¿Qué mundo raro hay dentro de mí? Mientras, yo
la miraba y ya hacía gestos de taparme la boca para bostezar, muy de adulto. Un
gesto a lo Jordi Puyol.
Así empezó todo. Aprendí a hablar en el útero
materno. Y no lo voy a dejar sin explicar. De alguna manera, unas putas ondas
me llegaban muy legibles. Entre tanto ruido ambiental de fluidos y movidas
raras que no podía ver, yo decodificaba las conversaciones de una telenovela que
emitían en la 2 llamada “Cristal”. Os preguntaréis ¿Todo esto será verdad? Pues
puede que no, porque mi madre niega haber visto ese bodrio audiovisual.
Realmente esto no lo recuerdo, no recuerdo nada de ese día, todo lo que
recuerdo me lo han contado, y mi mente ha creado imágenes muy nítidas, en
formato AVI sin comprimir, en 1080p. Incluso, puede que fuera el parto de otro,
pero mi madre siempre me lo ha descrito tan bien, con tan buenos datos, en
TIMES NEW ROMAN 12, que lo defiendo a ultranza. Luego mi mente creó algún aporte propio. Un aporte que me hubiera
gustado que ocurriera y que hoy, ya es demasiado real. Que la matrona
incomprendida, que estudió bellas artes, tuviera un puto halo de inspiración y
venganza a la vez, y con mi cordón umbilical creara la palabra suéter. Que se
lo currara incluso para colocarle la tilde en la “e”. Pfff, Madre mía! La gente
dice que los partos son algo precioso, pero por algo la cabeza crea un Firewall de Windows para no recordar una
mierda.
Vale, lo que sí recuerdo es que fui el último
en aprender la tabla de multiplicar. La escribieron en el encerado, con tizas
de colores. Desde la tabla del “1” a la del “9”. Me estanqué en la del 2 y pensaron
en la posibilidad de un retraso fuerte. La psicóloga le preguntó a mi padre si
había notado algo extraño en mí. Él le respondió que no, que siempre me había conocido
así de tonto. Lo extraño sería lo contrario. Lo que ellos no sabían es que el
problema no era ese. El problema era que me faltaban codecs. ¿Cómo iba a saber
yo que tenía 5 diotrías en cada ojo y otras 5 en cada párpado?, ¿con quién
contrastaba mi propia visión? En serio, era imposible, es muy jodido
descubrirlo, necesitas la ayuda o zancadilla de alguien o un buen balonazo en
la cara. Es como al que le huele el aliento y no lo sabe. Para esto, hay una
ecuación muy loca, una regla de tres que afirma que “El olor de boca del
emisor, es proporcional a su cercanía con el receptor”, sólo para joder inconscientemente
al oyente. Un olor que incluso es visual, se ha materializado en palabras
aleatorias, en nombres de juegos de mesa, en el que el peor olor, el del
monstruo final, dibuja la palabra “Scatergories” en el aire. Y nadie tiene los
suficientes bemoles de decírselo a la cara, así que prefieres mandarle un
mensaje desde una cabina. Le acabas de hundir, esa persona ha hecho un
flashback y ha entendido infinidad de momentos turbios de su vida a los que no
le daba explicación, incluso se ha emparanoyado y se culpa de situaciones en
las que no ocurrió nada extraño. Le vienen voces de culpa, voces de una niña
que dice… Papá se fue por tu culpa… Joder, comparado con eso yo tenía suerte.
Yo sólo no veía las tablas de multiplicar a partir del 3. Pero todo se arregló
con un buen kit de puteo, que consistía en
LENTES + CORDEL FLUORESCENTE; un color a escoger entre VERDE, AMARILLO o
NARANJA. Entré en la óptica como si fuera un prostíbulo, pedí discreción y salí
con un cordel Naranja muy jodido, que quemaba retinas, provocaba dolores de
cabeza, y algún cuadro de epilepsia también. Mi madre había creado un pringao
de aúpa, mi madre me ha provocado escribir esta mierda. Lo que aún no sé, es por qué a veces parlo catalá.