miércoles, 9 de septiembre de 2015

La distracción de una palabra

Ha pasado un año, repleto de cambios, de altibajos, puedo decir que ha sido el peor año de mi vida y el mejor. Nunca creí que iba a conocerme tanto, que iba a errar en tantas piedras que siempre conseguí creer dejar atrás. Veo las cosas de otra manera, más sencillas, hay días buenos y regulares, pero hay una certeza que he ido asentando; la certeza de mi propio ser, individuo colectivista, constante. Me conozco mucho más de lo que creía, he visto mis miedos y los he sufrido en mi piel, he sabido entender la raíz de tales miedos, no más diferentes que los del resto, pero también he aprendido a vivir en par, en la tranquilidad y sé que intentaré siempre mantener esa tranquilidad por mucho que en el exterior todo se torne gris, la certeza de mi yo, la que nunca me fallará porque intento entenderle, intento entenderme. Algo que he tenido claro desde siempre ha sido que jamás me engancharé a algo por inseguridades, porque entiendo que hacer eso es engañarse, escapar, aplazar la ansiedad y el malestar, es engañar a mi yo y en más de una ocasión me he tenido que pedir disculpas. 

Los momentos de felicidad, esos momentos casuales, causales, se amplifican en el momento en el que los comprendes, te los has ganado y hay que disfrutarlos. El resto del tiempo es equilibrio, empatía social y tranquilidad mental. Y no busco nada más en mi vida, no me espero nada más y así, estando y continuo siendo.

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